En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
Julio Cortázar.
Historia tan entrañable la que leía en aquel libro
en un pintoresco hostal en Curloss. —Ferdinand con sus verdaderos sentimientos
enterrados en el orgullo, le decía a Lady Anna que ya no la amaba más. "Imploro vuestro perdón y que los labios de otro hombre borre todo
recuerdo de mi".—
Di un leve suspiro y caí justo en la página en
blanco, eran las tres de la tarde y supe lo que pasaría. Decidí aceptarlo, sin
quejas ni rencores. Nunca tomé aquellas palabras como un simple rumor o un mito
estúpido.
Al terminar de escribir, luego de esa sonrisa tonta que solamente los enamorados conocemos, la lámpara sobre el buró explotó llenando de
chispas el cuarto, como fuegos artificiales estallando frente a mi cara. Las
chispas cayeron muy lento sobre la cama. El tiempo se alejaba del espacio a la
velocidad de una lágrima y la oscuridad se adueñaba de la pieza.
Comenzó a hacer viento dentro del cuarto, arrasando con los papeles, las flores, el polvo y todo lo que se dejara arrastrar en ese remolino. El libro fue lanzado a la pared opuesta rompiendo el espejo ovalado. Un temblor comenzó a sentirse intensamente y yo me preguntaba si era el único que vivía todo esto, o era algún tipo de catástrofe natural. No escuchaba gritos ni voces en las calles de aquel lugar. Dejé de preguntarme cualquier cosa y me dediqué a vivir aquel extraño momento.
Comenzó a hacer viento dentro del cuarto, arrasando con los papeles, las flores, el polvo y todo lo que se dejara arrastrar en ese remolino. El libro fue lanzado a la pared opuesta rompiendo el espejo ovalado. Un temblor comenzó a sentirse intensamente y yo me preguntaba si era el único que vivía todo esto, o era algún tipo de catástrofe natural. No escuchaba gritos ni voces en las calles de aquel lugar. Dejé de preguntarme cualquier cosa y me dediqué a vivir aquel extraño momento.
Un sonido muy grave nació en el centro de la
habitación y en medio segundo, se apoderó del cuarto. Era un sonido que te
oprimía, como estar bajo el océano. Un ruido tan bajo y denso que lo podías
cortar con los pedazos de aquel espejo roto.
El clímax de todo esto llegó junto con una
explosión de furia. Como si el mundo hubiera hecho el peor berrinche de su
vida. Y de pronto, todo cayó al suelo y volvió el silencio.
Aquel libro
fue lo único que se mantuvo suspendido en medio de la habitación y de repente,
así nada más, se convirtió en una efímera bola de fuego y todas sus páginas se
volvieron cenizas flotando como mariposas en la noche. Excepto, la página con
su nombre, con las esquinas comidas por el fuego.
Y mientras yo me aferraba a las sábanas
temblorosamente, la página cayó sobre mi pecho con todo el peso de un designio
roto.
L.D.