13 de mayo de 2013

Belladona


Belladona-Gótico

Belladona, hermosa mujer. Bello nombre para un veneno tan letal. Ella, la mujer de mis sueños, mi belladona, tomaría la mitad del frasco del purpúreo líquido mortal. Yo la vería irse, la cuidaría hasta el final. Esperaría a que durmiera el sueño eterno y después la seguiría, ese era nuestro pacto.

Ella bebió el líquido púrpura, sus hermosos labios rojos se oscurecieron un poco y ella me besó por última vez. Poco a poco fue perdiéndose, como si caminara lento hacia un acantilado, con la mirada fija en un horizonte que no se distingue, pues el día frío cubrió de neblina el mar, pero, ella está segura de que lo que hay al caer, es lo que quiere.

Y se fue, se lanzó por el acantilado y se hundió en la negrura de la noche eterna, yo la cuidaré mientras termina por ahogarse. La veo en paz, convencida de que ya nadie podrá separarnos, ni sus padres ni los míos, ni la religión,  ni la moral. Somos eternos. La tengo en mis brazos, luce tan hermosa como siempre, blanca como la sal, con sus pecas en el rostro y sus ojos grandes que ya se han cerrado. El frasco de veneno sobre la mesa brilla como un faro en la niebla. La luna me dice que esté tranquilo, pero verla a ella ya sin vida, me destroza. Lloro como un niño perdido, la beso, la abrazo, le digo que la amo tanto, pero, ella no me responde, se ha ido.

Cumplí la primer parte de nuestro pacto, cuidarla mientras se desvanecía, ahora tengo que ir con ella. La acuesto sobre la cama, la veo, tan tranquila, sin dolor y me dirijo a la mesa junto a la ventana donde el frasco de veneno me espera, sonriente. Levanto el frasco con las dos manos como si fuera una espada y la pongo frente a mis ojos. Lo observo, lo analizo, lo contemplo. El viejo “medio lleno o medio vacío”. De igual forma me iba a matar.

Lo llevé conmigo a la cama, a un lado del cuerpo pálido de Julia. Busqué con la mirada un buen lugar para yacer a un lado de mi mujer. No encontraba un buen lugar, no eran lo suficientemente poéticos. Y me quedé ahí de pie, sosteniendo el frasco con mi mano derecha y mi mano izquierda inconscientemente se posó sobre mi pecho sintiendo el fulgurante latir de mi corazón. “Ella me espera” me dije, pero no encontraba la fuerza para abrir el frasco y tragar el amargo jugo de la muerte. 

Puse mi rodilla sobre la cama y levanté su cuerpo, le dije que la amaba y besé sus labios carmesí delineados y perfectos. Sentí como ella me respondía al besarle;  eso provocó más lágrimas, pues sabía que mi Julia se había ido. Pero una sensación recorría mi cuerpo, mi pecho me dolía, mi cuerpo temblaba y la sangre huía de mi cabeza. El vestido blanco que ella había elegido para esa ocasión, para nuestra boda simbólica y nuestro bello funeral, permanecía impecable. Olí su cabello, dulce aroma de jazmines; sus castaños hilos de seda mantenían su arreglo y algunos rizos caían sobre su cara.

Besé su cuello que aún estaba tibio y mis manos desvanecieron el vestido mostrando su pecho. Las firmes y simétricas colinas blancas aparecieron frente a mí, presentándome cada una de sus cimas encarnadas. Y mi pecho me dolía aún más y mis manos temblaban nerviosas. Tanto peleamos ella y yo contra los dueños de la moral y ahora yo me debatía a duelo con mis principios.

No hay más lucha, perdí mi duelo, terminé vencido y con mis labios rodeando la aureola rosada sobre sus prominentes montes nevados que, como dos tibios bocados, deshago con mis fauces. Me llegué a sentir culpable, pero tal sensación no era más grande que el rugir de mi pecho y el ligero mareo que sentía y me hacía continuar. 

Julia se mantenía quieta, plácida. Podía verse la paz en su rostro y yo sabía que ella no me condenaría. Besé el mismo lugar tanto tiempo, pues no sabía si seguir o detenerme. Tenía miedo. El miedo hacía que mis sensaciones se intensificaran y mis manos arrancaron por completo el vestido. Estoy casi seguro de que ella soltó un leve gemido, pero, no puedo asegurarlo por completo. Mi pecho se agrandaba y se hundía, se agrandaba y se hundía, pues mi respiración se hacía cada vez más profunda. La volteé, de espaldas a mí, con la cara sobre la cama, desaté los cordones de su corsé descubriendo su espalda por completo. Había decidido continuar y lo hice, saqué los cordones y los arrojé al suelo.

Vi su espalda lívida con pecas como lluvia sobre la arena y fue imposible no acercarme más y quitar mi camisa desesperadamente botón tras botón mientras veía la infinidad de puntos marrones en el lienzo blanco; los besé todos. Cada vez que hacía algo, volteaba alrededor, pues me sentía observado, venía una culpa y después la misma desaparecía. Besé su piel cada vez menos tibia mientras mis manos tomaban fuertemente sus pechos que se aferraban a caer sobre las sábanas. Los apretaba, los movía, sentía esas pequeñas esferas rosadas entregarse a mi índice y a mi pulgar. Julia estaba tan callada, tan sumisa, decidida a complacerme y no puedo explicar lo agradecido que yo estaba con eso. Sé que ella me ama y ella sabe que yo la amo.

Llegué a un punto donde me perdí entre el calor y el frío. Me dediqué a deshacerme de la ropa que me estorbaba a mí y a ella. Me dejó desnudarla a mi gusto, la palidez de su cuerpo entero hacía reventar mis venas y sentía un ansia que invitaba a devorarla. Di pequeñas mordidas en sus piernas y en esas dunas más grandes de arena blanca aterciopelada que nacen al final de su espalda y pasaba mi lengua por el largo río seco que corre entre sus lunas radiantes. 

Puedo yo describir lo que hice, pero no lo que sentía. Lo que sentía me hacía hervir y volar. Era una despedida que no podía detener, era demasiado tarde para parar y por supuesto, yo no quería detenerme. El veneno me esperaba, pero yo quería continuar viviendo por ella. Amor de mi vida, blanca y nevada, hago honor a su belleza y la venero. Le recé de rodillas como a una virgen de espíritu puro y tentación. Mi lengua declamaba letanías y bebía de su cáliz. El santo grial está al final de aquel río árido, en el ojo de agua que juro veía aún su palpitar.    

En aquella habitación, donde ella y yo estábamos desnudos, solo se escuchaba mi respiración y mis besos. La giré nuevamente de frente a mí, levanté sus piernas y ella lucía fascinada, perfecta. Ella estaba de acuerdo con lo que yo estaba por hacer, lo pedía con sus ojos idos al cielo. Mi espada desenvainada y al rojo vivo penetró las ruinas de su templo. Y ahora rezo en sus profundidades por su vida y nuestro amor. Ungiendo sus altares con abundante aceite, hasta que el milagro por fin sea concebido.

Derramé cera en sus paredes y mi cirio escupió la última flama y culminé mi rezo con la mirada al cielo y la vista perdida, derramando saliva como un perro de caza. Idolatrando a mi hermosa virgen pagana que yace desnuda sobre la cama sin un rastro de culpa. Esa fue nuestra primera y última vez.

El pequeño frasco bailaba sobre la cama junto a nosotros, brillando para mí, como invitándome un trago, “Querido amigo ésta ronda va por mi cuenta”. Y entendí que era hora de cumplir con la parte final del pacto. No podía esperar más tiempo. Debía encontrarme con mi amada Julia en el otro lado, donde las personas no se meterían con nosotros, había que cumplir el acuerdo.

No tuve miedo, era hora de irse, imaginé su espíritu esperándome en un lugar de aspecto invernal, pero, tan cálido que mi pecho ya comienza a derretirse. Destapé el pequeño frasco y con toda la convicción de un amante bebí el veneno, puedo decir que no era tan amargo como pensé, o tal vez los últimos besos a mi Julia o la estela placentera que aún no se disipa de aquel orgasmo inolvidable endulzaban todo en ése momento. 

Comencé a desvanecer, una nube negra llenó la habitación y procuré con mi último rastro de consciencia, acomodarme a un lado del hermoso cuerpo de mi mujer, y besé su boca inerte hasta que sucumbí a los efectos del veneno…

Querida Luciene te preguntarás ¿cómo es que te he contado todo esto si bebí aquel veneno?

Bien, los planes no siempre salen como uno quiere. La belladona, por alguna razón no cumplió su cometido conmigo. Dormí durante varios días, estuve en un estado intermedio entre la vida y la muerte. Tieso como como un muerto, pero, con vida. Desperté aterrado, pues, te imaginarás que, luego de varios días, mi hermosa Julia había sufrido los estragos del tiempo. Su perfume natural desapareció junto con su belleza y los jugos malolientes que desprendía su cuerpo yacían en mi boca, pues, desperté con mis labios sobre los suyos. 

Los gusanos habitaban ahora los pechos que besé con candor interminable. Y su piel se desprendía al quedar adherida a las sábanas manchadas del fétido líquido marrón que chorreaba de sus cavidades. Realmente, quedé afectado, era la escena más aterradora que alguien puede soportar, además, mi debilidad por haber vivido varios días sin pan ni agua, me hacían más vulnerable a la impresión.

Mi Julia hermosa ¿a dónde has ido? ¿Por qué no pude alcanzarte en la eternidad? Tus labios, tu cuerpo, tus lunares, nada de eso existe. Eres un pedazo de carne putrefacta que llena la habitación de recuerdos que añoro tanto y me hacen sufrir. ¿Dónde ha quedado tu belleza? La pulcritud de tu piel, su tersura. Los jazmines que te acompañaban como guardianes de tus rizos castaños. ¡No soporto verte así! Maltrecha, hedionda, acabada.

Comencé entonces a sentir una desesperación indescriptible. Al verla ahí, perdiendo su belleza, siendo alimento de larvas y horrorizándome con su presencia. No soportaba un minuto más estando frente a ese monstruo, hinchado y fétido. ¿Por qué diablos no me fui con ella? Con la hermosa Julia y no con esto. ¿Por qué el maldito veneno no hizo efecto en mí? No encontré respuesta alguna.

Tanta interrogante me había ocultado el hecho de que, la movilidad de mi cuerpo, de la cintura hacia abajo, se había ido. Me di cuenta de que la desgracia continuaba y mi cordura se iba junto al movimiento de mis extremidades. Comencé a llorar y con la poca fuerza que me quedaba y la poca voluntad, hice el máximo esfuerzo por bajar de la cama. Con mis manos como único apoyo logré hacerlo. Me arrastré como un gusano hasta tomar un perchero con el que rompí el gran espejo en la pared. Los pedazos saltaron por todos lados y tomé uno de ellos con tal fuerza que mi mano sangró. Estaba decidido a cumplir con lo prometido, me iría tras ella a como dé lugar.

Apoyé mi mano izquierda en el suelo y viendo aquel cuerpo descompuesto y con los deseos de encontrarla en lo eterno puse aquel cristal sobre mi muñeca y pensé “¡Que esto termine pronto!”.

No había yo aún rasgado ni la más mínima fibra de mi piel, cuando la puerta cayó al suelo y tres hombres entraron en la habitación. Eran dos oficiales y el decrépito padre de Julia. El olor de la muerte los afectó y cubrieron sus bocas y narices con pañuelos. El viejo al ver a su hija en la cama se tornó iracundo, soltó un fuerte grito y corrió hacia mí con la energía de un hombre joven y golpeó mi rostro con fuerza una y otra vez hasta que los dos oficiales lo detuvieron y me sacaron arrastrando de aquel lugar.

No hubo ningún juicio, no hubo defensa, simplemente el poder de aquel hombre dictó el veredicto. Y el juez, sobornado por el dinero permitió al viejo hacer a placer su voluntad.

Luciene, mi única amiga en este mundo, la que me enseñó a besar, aquel día en el granero. Te agradezco, pues tus enseñanzas lograron el amor de Julia. Tu amistad me da desahogo en este momento en el que la pena y el dolor me embargan. Esta carta fue lo único que se me otorgó como derecho. 

No habrá ejecución ante las leyes ni ante el pueblo. El cuerpo de mi amada Julia permanece en el anfiteatro a la espera de la hora en que me lleven con ella. Mis padres y los de ella tanto se opusieron a nuestra relación, que aceptaron la sentencia del viejo Thomas. Les provocamos tanta vergüenza que nos tratarán como demonios. Seré enterrado, en el mismo féretro que el cuerpo descompuesto y agusanado de lo que algún día fue la fuente de todos mis placeres. 

Enterrado vivo, soportando el olor y los jugos que brotan de sus cavidades. Añorando aquella belleza que se ha ido y que me espera en el otro mundo. La belleza que me cautivó desde la primera vez, sus pecas que han sido sustituidas por hormigas y gusanos y aquel cuerpo hermoso que se ha convertido en una bolsa de carne que se inflama solo esperando a reventar cuando yo me encuentre debajo de ella… Tan hermosa que fue. 

Nuestros cuerpos, tratados como menos que monstruos, serán sepultados en una tumba con la jaula que protege a los cadáveres de los profanadores. Aunque algunos incluso creen que, se protege a los vivos de la resurrección de nosotros los muertos.

Ante el pueblo, eso seremos, monstruos. Así se cubrirá la injusta sentencia que se dictó sobre mí y la gente dejará de mencionar nuestros nombres por orden de la superstición.

Querida Luciene, reza por mi pronto deceso. Reza por que el viaje hacia sus brazos sea rápido. Y que mi alegre Julia, la de la piel nevada y labios carmesí. La que amé como a nadie, a la que entrego mi vida, mi hermosa y joven prima que me robó el corazón con un beso. Me reciba en aquel mundo -donde no existen preguntas ni peros- con su linda sonrisa. Mi belladona. 

Hasta luego amiga, ama mientras vivas. Tu amigo de siempre: Demian.

Tumba victoriana, Mortsafe

L.D.