Toma mi mano, pretende que te salvo de un naufragio o un acantilado, pues no es muy decoroso decir que subimos al techo para hacer el amor. Usa la imaginación, excepto cuando me veas desnudo y llegues a la mitad. En éste caso sé realista, pues sé que la realidad te agrada, lo puedo sentir... en tus labios.
Nos hemos vuelto locos, pero locos, locos. Tanto que sabemos que nos ven desde la otra calle pero ¿qué importa? Los gatos no dirán nada. ¿Si se acercan a lamernos? ¡Mierda! que eso es como zoofilia pero al revés o viceversa... Pero si me gusta fingiré que me asqueo para guardar apariencia. Pero concentrémonos en lo importante, tus pechos. Esos que tratan de imitar a las montañas y las superan, porque su forma no te deja caer, ni perderte, ni deshidratarte. Los treparé como un gato y deambularé por tu cuerpo toda la noche. No hay problema si nos escuchan, tus orgasmos siempre han sido felinos. Podemos disimular.
La luna también se ha vuelto loca, se excedió de rubor, se apenó con el espectáculo que presencia. Con tus nalgas marcadas con mis uñas. La pobre luna que solo ve por las ventanas y entre sábanas. Tan inocente que cerró sus ojos cuando Cleopatra y más antes cuando Zeus. No se lo cree, dos individuos sobre el techo, vistiendo nada más que deseos. Nada de venganzas, ni engaños, nada turbio. Ya no sé si fuimos nosotros los que le dimos ése color, me siento culpable. Nuestra sangre llegó hasta el cielo, tiñendo su cara y tibiando su fría piel con excesos. Quisiera acariciarle... así que te acaricio a ti, a tu pequeña luna de sangre en la comisura de tus labios, ya sabes, tus labios que guardo con mayor recelo. Los que hablan suave y no dicen nada, pero se dan a entender tan bien.
Y si los gatos se han reunido a nuestro alrededor, es porque les hemos robado su luna, su aliento. Y se lamen unos a otros, pues el voyerismo no les alcanza. Démosles la oportunidad, están impacientes y yo exhausto, pintemos de blanco la luna de nuevo.
L.D.
